Desde la atalaya del tiempo
se siembra la semilla de la vida,
la seda de la infancia,
el collar de la juventud
y el abrigo de la madurez.
Se abre en perspectiva el pueblo,
la ciudad y el mundo.
Se ven sus calles,
se oyen sus voces
y se viven sus costumbres.
Se hace nuestro el camino,
el paisaje y el recodo.
Y sentimos el canto del sol,
el baile de la rosa
y el sueño de la luna.
Desde la atalaya del tiempo
recogemos el fruto de la vida,
doblamos la seda de la infancia,
guardamos el collar de la juventud
y vestimos el abrigo de la madurez.
Abrazamos el pueblo,
la ciudad y el mundo.
Acariciamos sus calles,
sus voces y sus costumbres.
Nos sentimos camino,
paisaje y recodo
y reinventamos cada día
el sol, la rosa y la luna
en la mente y el corazón.
Desde la atalaya del tiempo
observamos el paso de las nubes,
que cuentan historias y recuerdos.
Van de la mano de las estaciones,
que nacen y mueren.
Y sin darnos cuenta nos volvemos
nube y estación,
recuerdos e historias,
que mueren y nacen de nuevo
al amor incondicional.
Imagen: Lago de Schilier, Múnich.
Madrid 25- noviembre-2017
M.Jesús Muñoz