Vuela
espontánea y fresca, salta de la montaña al valle,
de piedra en
piedra, creando corriente
de agua y río,
que sueña y habla.
Y en su camino
repite el eco:
“Sólo sé que
no sé nada…”
Comienza la
historia en la pupila de tus ojos.
Dos instantes,
el nacer y el morir,
entre ellos el
tiempo, hacedor de la memoria.
¿Y la
memoria son los instantes vividos o el vivido sentir?
Ahí el dilema
y la duda, que nos detiene,
nos prueba y
nos abre la infinitud de la humildad,
revoloteando
serena en ti…
Es el ave del
sentimiento, que anida en tu mente,
alas
conciliadoras y trinos escalan, pacientes, lluvias y vientos,
que llegan al
centro de la encrucijada, donde perdiste
la intuición y el sentido,
la intuición y el sentido,
para rescatar
la sabiduría del tiempo
y desarmar al
olvido.
Ese olvido que
se esconde en las esquinas del pasado
o en las
piedras opacas y mudas del camino…
Allí duerme el
sueño primigenio,
acunado por la
inocencia,
las manos y
los ojos del amor,
que despierta
en el grito del silencio.
Es la luz del
alba, que desgarra la oscuridad,
mueve la vida
y toca la memoria
para que todo
empiece cada día…
Y la humildad
extiende en perspectiva
las alas del
sentimiento,
vislumbra la
lucha, el error y la caída.
Que nos lleva
a sentir el límite humano
y el principio
de la infinitud
en el temple y
profundidad
del dolor y la
herida.
El aprendizaje
es bandada, que planea
desentrañando
la huella, la hondonada
y el puzle del
tiempo, que toma forma
y sentido en
el cuadro que pende
del salón de
nuestra vida.
Muere la
historia en la pupila de tus ojos
para nacer de
nuevo en la voz del filósofo, con matices serenos
de humilde
sabiduría o de inspiradora poesía…
Lo cierto es
que yo:
“Sólo sé que
no sé nada...”
Imagen de Google
Madrid 26-junio-2019
M.Jesús Muñoz
Madrid 26-junio-2019
M.Jesús Muñoz