Ángela camina poco a poco, se
dirige a la ermita. A sus ochenta años sigue cuidando su mente y su
corazón. Sus libros y pequeñas caminatas
ocupan su tiempo, que se le escapa como pájaro en vuelo y sus
ojos, temerosos, tratan de seguirlo a cada instante.
Escucha en el camino voces y
trinos, que disparan su imaginación, descifrando mensajes que forman parte de
un todo y un sentido interno. Ella está ahí, consciente de que nada es casual,
sino el lugar y el momento preciso para
vivirlo y sentirlo en profundidad. Y con profundidad hojea y descubre en el
paisaje los genuinos caminantes, el ir y venir de las aves, los juegos de las
nubes y el sol, mientras el viento se empeña en saltar por las nevadas cumbres,
que coronan su cuerpo. Es la vida y ella forma parte de su belleza y su
misterio.
Aquella tarde se siente
especialmente sensible, está cerca la Navidad.
Sus recuerdos son como pañuelos blancos de nostalgia, que se alejan en
bandada al más allá. Invoca esos ojos y esas manos, que tanto le dieron y
enseñaron y aún siguen presentes, son
energías entrañables que la acompañan y alientan.
Sus pies avanzan y su alma se
adelanta, posándose en los peregrinos, que a paso ligero, la van dejando atrás:
Se aproxima un grupo de chicos
con sus mochilas al hombro, sonríen y parlotean, llenando el campo de
espontánea frescura. Ángela siente que se le escapa esa niña, que cuida su
curiosidad y su ilusión. Pero sus ojos pierden a los chicos a lo lejos,
subiendo la cuesta.
Los ladridos de un perro le
hacen volver la cabeza, lo acompaña un hombre con barba canosa, que va silbando
una vieja canción y mirando al frente. El trote del perro sigue el ritmo de la
música y Ángela sonríe admirada de su buena coordinación y armonía. Pero al
poco tiempo se difuminan en el paisaje. Desaparecen.
La sorprende el motor de un
coche, que a su lado frena. Es un joven policía de ojos azules, que vigila y
guarda el camino de maleantes. La invita a llevarla hacia la ermita. Ella le
agradece el detalle, pero prefiere seguir caminando para ejercitar sus
músculos.
Largo rato continúa en silencio, la cuesta se aproxima y las
fuerzas flaquean, dentro del bolsillo busca la energía de alguna castaña asada.
La alcanzan unos gitanos subidos en un remolque, que celebran con cante flamenco y palmas una boda. En el
centro los novios vestidos de manchegos sonríen felices. Ángela se siente
partícipe y por unos momentos se olvida de si misma. La vida es una fiesta y
hay que mirarla como un regalo, que nos sorprende a veces.
Por fin arriba recorre con sus
ojos el bello paisaje, que rodea la colina y el centenar de pinos, que cubren la
explanada. No hay nadie fuera, deben estar todos dentro de la ermita. Con
devoción y nostalgia se adentra por el portón y el pasillo a la iglesia.
Allí sólo está la Virgen que
la espera en silencio... Se dirige al belén cuyas lucecitas parpadean
llamándola sin cesar. A los pies del altar se extienden las casitas, el río, la
choza y la gruta del nacimiento. Qué maravilla, el tiempo se detiene de nuevo:
¡¡ Las manos de su madre aletean, montan el pequeño misterio de cartón y el
cielo estrellado para que el Niño vuelva a nacer en su casa!!
Pero la gente que venía a la
ermita, ¿dónde está? Mira con atención las figuritas de porcelana: un grupo de
pastorcillos con sus zurrones al hombro se dirigen al portal, sus voces
grabadas en su mente ríen y hablan. Cerca de ellos un hombre y un perro
enfilan el camino, aún puede oír el silbido y el trote acompasado. A las
puertas de la gruta un joven de ojos azules vigila la entrada, invitándola a
pasar. Un escalofrío la recorre entera y
descubre al fondo de la gruta a María y José, ellos son los gitanos manchegos
custodiando al Niño…
¡¡No puede creer lo que ve, son los personajes del camino eternizados en
el belén!! Todo esto es un símbolo de la propia vida y ella dónde está, quizá
también forma parte de ese belén. Cerca de la gruta, una viejecita delgada de
pelo cano, mueve las castañas y aviva el
fuego. Una lágrima escapa de sus ojos y mira al altar. Siente la mirada
entrañable y serena de la Virgen, que le
recuerda el sentido interno de todas las cosas...
A lo lejos, en el pueblo, se
escuchan zambombas y panderetas. Ángela abre los ojos y despierta
sorprendida…¡¡TODO HA SIDO UN EXTRAÑO SUEÑO!! Pero ahí está latente la fe,
retándola, impulsándola hacia arriba, por encima del tiempo y las
circunstancias. En la mesilla de noche
duerme el pequeño Niño Jesús y a su lado, un platito caliente de
castañas…
Imagen:Entrada al recinto de la ermita de Corral de Almaguer
Madrid 17-diciembre-2019
M. Jesús Muñoz